viernes, 8 de febrero de 2013

La espera de un sueño





Soñé que a Susana un hombre ebrio  la había manoseado en la calle a su regreso de la universidad. Ella se defendió con uñas y dientes, después de forcejeos y rasguños,  escapó como pudo. Corrió durante lo que a ella le pareció una eternidad. 
Estando segura de que el borracho la había perdido de vista, se detuvo mirando una sucia  pared,  y no pudo contener más las lágrimas. 
Pero minutos después el hombre reapareció con sus improperios y arrastrando los pasos.

La siguió hasta la casa, donde Susana entro sin pensarlo dos veces, el borracho se quedó afuera farfullando profanidades,  no podíamos des hacernos de él y su palabrerío insolente. Queríamos hablar entre nosotras, contar detalles, sin embargo,  entre la rapidez con que hablaba Susana y una extraña pesadez en la lengua,  las palabras se sintieron trabadas. Al cabo de un rato, unos vecinos se acercaron a percatarse de los disturbios en la calle. Intentaron convencer al hombre de que se marchara, de lo que resulto algo parecido a una complicidad tacita con el borracho, por el tono calmado en que los vecinos le hablaron para hacer que se alejara un poco de la puerta.

A mí lo que me preocupaba era  el niño pequeño que  estaba saliéndose por la ventana (seguramente atraído por los ruidos de la gente) del segundo piso, ¿De quién es ese niño trigueño? no sabía que la vecina de enfrente tuviese  niños.  

Y me preocupaba que Susana no se sintiera segura de poder irse sin más atracos del individuo. En su casa la esperaban ya hacía mucho rato.

Cuando  el hombre borracho se distrajo en alegatos ya más acalorados  con los vecinos, salimos a la parada del camión. Por poco nos subimos al camión equivocado. Esperamos largo rato, ya estaba oscureciendo y el camión no pasaba, no paso.  Desperté y el camión seguía sin pasar.  Y Susana nunca se fue.


Texto e imagen: Beatriz Osornio Morales 

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