jueves, 20 de enero de 2011

Cuento de Abel


Lo único que Abel pudo llevar consigo al dejar su país,  fue un pequeño cometa. El volátil tenía especial valor para él. Junto con su amigo Anwar habían Ganado el concurso anual de cometas en aquel país, en el que chicos y grandes se entusiasmaban preparando con mucha anticipación los objetos personalizados para los concursantes. El papalote –como lo llaman en estas tierras- debe ser construido con un significado particular para el que lo volará, una conexión con su personalidad. El padre de Anwar y sus dos hermanos fabricaron un dragón, pensando en que sería el vencedor de los vientos ese año. Como Abel nunca conoció a sus padres, y su abuelo, el que lo había cuidado desde chico, quedó ciego de cataratas a pronta edad, la familia de su amigo, decidió compartir con él el privilegio de echar a volar el dragón de los sueños, así le  nombraron por ser Anwar un niño propenso a la ensoñación. Después del concurso, celebraron y Anwar regaló el dragón a su amigo Abel, como un signo de su amistad permanente.

Abel cumplió 14 años y a los pocos meses, su abuelo murió quedando solo en el mundo. Al país llegaron invasores del este, causando rebeliones internas y separación social. Anwar y su familia murieron en un enfrentamiento entre rusos y radicales. Luego llegaron nuevos enemigos del occidente.

Para Abel ya no quedaba nada, excepto memorias que se verían manchadas por el correr de la sangre y la crueldad de la violencia. ¿Qué hacer cuando el país parecía hundirse en un sismo de valles, montañas y desiertos, todos ocupados por enemigos y destrucción?

Abel tomo lo único que conservaba un valor en su vida y se marchó. Estando en un lejano país se enteró de nuevos conflictos en su patria y Afganistan, el vecino país. Sintió la posibilidad de regresar a su tierra cada vez más remota. Sintió la renuncia.

Muchos años después, cuando su hijo cumplió nueve años, Abel pensó en el dragón de los sueños, como el mejor regalo de cumpleaños. Después de todo a su amigo Anwar le hubiera gustado seguir siendo parte de sus sueños.

En las tardes de otoño, mientras mira a su hijo volar el cometa en el jardín trasero, una gran nostalgia invade su corazón. Nostalgia por su patria y la tradición de los papalotes, pero sobre todo, nostalgia por la amistad que aprendió a valorar con su amigo Anwar, a quien nunca olvida.


Beatriz Osornio Morales

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