martes, 5 de mayo de 2009

Las Ciudades de Adan y Eva III

En el tiempo de La Gran Emigración, muchas fueron las personas que desertaron de las ciudades ancestrales de Adán y Eva, algunos motivados por el capítulo anexo al libro reglamentario que especifica que “Todo individuo es libre de emigrar” otros movidos por la curiosidad que una mujer extranjera despertó a su llegada y después a su partida, y otros a consecuencia de las dificultades que la gran emigración causó, siempre hubo los que se opusieron al cambio de la realidad.

Se formaron grupos de un lado y de otro para protestar en contra de la reforma, pero en vista que la mayoría estaba de acuerdo, la ley siguió su curso. Y los grupos también siguieron de forma callada organizando interposiciones para impedir el acceso a extranjeros.

Se presume que una noche, de forma arbitraria se derribaron los puentes de mayor tránsito.
Vansen, un hombre de complexión gruesa y fuerte fue uno de los primeros que se declaró abiertamente en contra de la nueva ley, y aunque una vez aceptada la ley, él se mostro cooperativo con la causa de las mayorías y en apoyo a la administración de su gobierno, fue también el primero en parecer sospechoso por el derribo de los puentes de Adán.
Al ver que las investigaciones no mostraron pruebas definitivas a cerca del culpable, los gobiernos se culparon mutuamente. El ambiente social empeoró, convirtiendo la vida cotidiana de Adán y Eva en situación de peligro.
Familias completas salieron huyendo por la ruta de los subterráneos, por ser ésta una de las menos vigiladas.

Angela había salido temprano esa mañana a recoger su entrega de panadería, como todos los jueves, llevaría refrigerios a la escuela para que los niños comieran en el recreo. Este pensamiento hacía sentir a Angela satisfecha cuando, de regreso a casa había un grupo de hombres discutiendo, alzaban la voz amenazante en contra de un señor apresado hacia la pared. Angela trato de no voltear, como están las cosas, las circunstancias no se prestan para malos entendidos y resentimientos, fingió no ver, pero un hombre delgado con chamarra negra a cuadros, al momento de voltear para tirar la colilla del cigarro que fumaba y poner el pie encima, vio que Angela apresuró el paso. De inmediato, quizá pensando que una mujer había escuchado la discusión, las cinco miradas de los cinco hombres comenzaron a seguirla, después simultáneamente, los pasos se sucedieron murmurando amenazas inaudibles.
Ella sintió los pasos lentos pero firmes de los hombres que la seguían.

Logrando perderse de sus perseguidores tras de una esquina, Angela recobró el paso tranquilo. Llegó a casa antes de lo acostumbrado. Esa mañana fue la última vez que prestaría ayuda en la cooperativa de la escuela.
A su marido se le vio esa tarde volver de la pesquera, donde trabajaba como estibador de pesca mayor desde que su padre se había pensionado en el mismo puesto.

La noche fue larga. Ni a Angela ni a su familia se les ha vuelto a ver.
Beatriz Osornio Morales. Imagen de la red.

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